El agaporni es un ave que vive en pareja. Pero no sólo vive, sino que muere en pareja. Más conocidos como los inseparables, estos animales tienen comportamientos que recuerdan al ser humano: parejas que comparten una vida juntas, y cuando fallece uno de los dos, el otro muere al poco tiempo.
Lo hemos visto esta misma semana en la especie humana, muy cerca además, con la muerte del filósofo Gustavo Bueno apenas 48 horas después de la de su esposa. Para algunos es fruto de la coincidencia. Para la ciencia, de la bioquímica: “El cerebro no quiere esforzarse por seguir viviendo”. Es la metáfora del náufrago al llegar el equipo de rescate… “Cuando el esfuerzo ya no es necesario, el cuerpo se desvanece”. Son amores, bien navegados durante la vida, como naufragios.
Gustavo Bueno falleció el 7 de agosto, dos días después de quedarse viudo. El filósofo tenía 91 años y permanecía en silla de ruedas por la enfermedad que padecía desde hacía meses. Su mujer desde 1953, Carmen Sánchez, falleció a los 95 años. La pareja se encontraba estrechamente unida. No fue un caso aislado.
Tan sólo dos días después, los hechos se repetían al otro lado del mundo. El 9 de agosto, en una residencia de la tercera edad del estado norteamericano de Platte, una pareja de ancianos que llevaba casada 63 años moría de la mano casi al mismo tiempo. Henry era veterano de la Guerra de Corea, y Jeanette, su mujer desde 1953, profesora de música.
Ella tenía Alzheimer desde hacía cinco años y él, cáncer de próstata. Jeanette murió primero: a las 17:10 horas del martes. Henry cerró sus ojos sólo 20 minutos después. Uno de los cinco hijos del matrimonio, Lee, dijo a la cadena local KSFY: “Pusieron a mamá y papá en la misma habitación, lo que fue muy dulce.
El miércoles, cuando entró en la residencia, dijo ‘No sé cuántos días me quedan, cuántos días más el buen Señor me tendrá aquí’». Días después, el hermano de Lee, Keith, dijo a su padre: “‘Mamá se ha ido al cielo, no tienes que luchar más, puedes irte cuando te apetezca’. Estaba en la cama. Por primera vez, abrió sus ojos, miró atentamente donde estaba mamá. Cerró los ojos y se volvió a tumbar, apenas 10 minutos después de eso murió”, recuerda Lee.”Generalmente, son personas de avanzada edad sin expectativas de futuro.
Mantienen una relación basada en la dependencia total con el otro, de tal manera que cuando ese alguien fallece, la otra persona no encuentra motivos para seguir viviendo, se desconecta”, explica el psicólogo clínico experto en adultos Estéban Cañamares.El especialista compara esta situación con un naufragio: “Imagínate que estás en el agua luchando con todas tus fuerzas por sobrevivir. Cuando llega el equipo de rescate, te desvaneces. Esto no ocurre porque el equipo haya llegado en el momento justo, sino que el ser humano tiene la capacidad de esforzarse más allá de lo fisiológicamente recomendable, pero cuando el esfuerzo ya no es necesario, el cuerpo se desvanece”.
Esto mismo es lo que pasa, según Cañamares, cuando una persona depende fuertemente de la otra y ésta muere. Es entonces cuando “el cerebro no quiere esforzarse por seguir viviendo y el cuerpo cae presa de cualquier enfermedad”.Cañamares aclara que las razones de las muertes son tanto psicológicas como fisiológicas, y no pueden entenderse sin ambas, pues «la relación entre cerebro y cuerpo es pura ciencia».
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